Mea culpa

Que qué hacía aquí

Podría decir

Que era mi primera vez

Que era por mi familia

Que no sabía

Da lo mismo

Excusas son excusas

Nada más

Estoy

Estamos

En este barco

Que nos lleva al abismo

En este mismo mar

Donde la pobreza se juega la vida

Y la riqueza la tira por la borda

Comiendo de más

Bebiendo de más

Buscando sin límite el exceso

Regresar a la esclavitud

Con uniforme de crucero

Mientras seis tubos de escape colosales

Dejan un rastro humo que borra

Nuestro horizonte

Nuestro futuro

Monstruo guerra

No era

No era un videojuego.

No quería hacer daño

a la gente de verdad.

Jonas

Hoy

hace unos años

un hombre contestó:

«¿Se puede patentar el Sol?»

cuando le preguntaron

por la vacuna

que había creado.

«No hay patente».

«¿Se puede patentar el Sol?».

Su nombre era Jonas,

hijo de inmigrantes pobres,

y erradicó la poliomielitis.

«No hay patente».

«¿Se puede patentar el Sol?».

Cerillas

Estaba Marilyn con unos pendientes de diamantes.

Estaba Lenin con una corbata roja.

Estaba Elvis cuando era El Rey y no era ni gordo ni decrépito.

Estaba Snowden abrazado a la bandera de USA.

Estaba Putin quitándose unas gafas de sol como en un anuncio.

Estaba Nikita Khrushechev con un zapato en la mano.

Estaba Michael Jackson ya de blanco y antes de “eso” de los niños.

Estaba Leonid Shezhener repleto de medallas.

Estaban The Beatles antes de Yoko.

Estaba Elton John con gafas azules bohemias y título de Sir.

Estaba uno que decía ser Mannerheim —lo tuve que buscar en internet—, tenía bigote y vestía uniforme.

Estaba Fredie Mercury con bigote y sin SIDA.

Estaba Osama Bin Laden con una camiseta de I love NY.

Estaba Margaret Thatcher vestida de minero.

Estaba el Che con una bandera de Cuba o de Coca Cola —no sé—.

Estaba Hitler diciendo Ich Liebe Dich.

Estaba Gorvachov y su mancha en la cabeza con forma de Kamchatka.

Estaba un hombre de unos 30 que sonreía y también parecía ruso —como dice mi madre—.

Todos estaban ahí, muy juntitos, apretados como cerillas esperando

 la chispa

que les hiciera otra vez arder y brillar en el infierno.

Todo olía a flor de tilo.

Nota al pie

Llueve en la habitación.

Si esto

fuera un verso

podría ser un buen verso

para empezar un poema.

Un poema de amor, desamor

de paso del tiempo o

uno de esos que

no entiendo

pero amo.

Podría ser hermoso

y alegre

y quizás alguien

en algún lugar

lo leyera

y lo hiciera suyo.

Pero no.

“Llueve en la habitación”*

no es un verso.

*La gotera ocupaba toda la sala// Sala 1 del hospital// Habían colocado unos plásticos a modo de guía para que las gotas —caprichosas— no tuvieran otro recorrido hacia suelo// que al cubo// Esperábamos nuestro turno// El mío 16 A// Y esperábamos viendo cómo se llenaba igual que una clepsidra grotesca// Llueve en la habitación// Ahora los hospitales los llaman Fundaciones y el dinero público lo gastan —gota a gota— de forma privada// Se está desbordando// Llueve en la habitación// Por desgracia, algunos pacientes no somos rentables.

Coltán

Coltán, coltán, coltán

los expertos en psicología

hacen que NO pienses

                     en

      un elefante blanco

y dicen coltán, al menos,

debes repetir 3 veces un nombre

para recordarlo.

        < suena un teléfono móvil >

—¿Dónde estás?

—Estoy enterrando vivo a un niño.

COLTÁN