Fragas do Eume

El latido del bosque

Siempre fue el bosque refugio de ninfas y pastores, morada del amor y albergue de la fantasía. En los claros del bosque danzan los dioses antiguos y en lo más hondo se refugian los proscritos; los maquis se lamen las heridas de la derrota al tiempo que los enamorados primerizos retozan al abrigo de las sombras.

El bosque es la casa inacabable de ardillas, linces y corzos; mariposas, libélulas y mantis religiosas. En las noches de celo se oye la berrea de los machos; el cielo del bosque es un clamor de pájaros.

Y si agudizas el oído, podrás escuchar un bisbiseo que viene de las hadas, los duendes, y los enanitos de Blancanieves.

Si te coge la caída de la tarde sobre el Eume, verás una serpiente de cobre salir de un bosque encantado; sin embargo estos días parecía un chorro de lava emergiendo de las entrañas del volcán. ¿Dónde habrán ido a parar las ninfas y pastores del Eume? ¿Dónde los corzos, ardillas, mirlos, águilas culebreras, mariposas, hadas, enanitos y duendes? ¿Sobre qué manto de hierba se dejarán caer los enamorados? ¿Por qué tanto desmán o descuido?

Dicen las autoridades que el fuego está controlado y que han hecho lo que había que hacer. Pero muchos paisanos vuelven a gritar Nunca Máis y reclaman que el bosque esté mejor cuidado.


Esta entrada la escribí hace algunos años, cuando el incendio de las Fragas del Eume; hoy vale lo mismo.

En estos días arde todo el noroeste de la Península Ibérica: el norte de Portugal y las Comunidades Españolas de Galicia, Asturias y parte de Castilla y León; hay más de cuarenta muertos. Y hay que repetir: 

«Dirán las autoridades que el fuego está controlado y que han hecho lo que había que hacer. Pero muchos paisanos vuelven a gritar Nunca Máis y reclaman que el bosque esté mejor cuidado».

 

Imagen: Fragas do Eume, por publikaccion, bajo licencia de Creative Commons (CC BY).

Hace cuarenta y cinco años

Cuando era niño, como todos los niños, imitaba a los mayores (eran mayores los que tenían de catorce para arriba) y con ellos me bañaba en el río, en un lugar secreto. Nos bañábamos desnudos y así andábamos entre los chopos; nos rebozábamos de arena y nos la quitábamos en el agua. Había una prueba legendaria e inequívoca para comprobar que habíamos estado en el río: pasar la uña por la piel: si quedaba grabada una raya blanca y tardaba en desaparecer, habías estado, y tu madre te podía dar una zurra; pero las madres no habían oído hablar de esta prueba. En el Tajo aprendí a nadar.

Pasados dos veranos, por nuestro lugar secreto aparecieron familias y con ellas llegó el bañador; pusieron un gango* donde se podía merendar siempre que se tomara una consumición, generalmente vino con gaseosa; cerveza los más pudientes. La gente empezó a ir de veraneo sin salir de la ciudad. Pero esto no es todo: el río alimentaba multitud de acequias que regaban frondosas huertas: la ciudad estaba bien abastecida de frutas y hortalizas «de la tierra». El Tajo era un río lleno de vida que se podía permitir el lujo de alimentar, vestir y adornar a la ciudad de Toledo.

En el Poema de Mio Cid, el autor habla de las pepitas de oro que arrastraban las arenas del río; bajo el puente viejo de San Martín, en el Peñón, los muchachos fantaseábamos con las apariciones de La Cava, desnuda, rodeada de esclavos ciegos, y la leyenda atribuye a la pasión que sintió por ella el rey godo Don Rodrigo nada menos que la pérdida de España. Con las aguas del Tajo, las ninfas «peinaban sus cabellos de oro fino», nos dice Garcilaso en su Égloga III. Hace cuarenta y cinco años, las autoridades prohibieron el baño en sus aguas a su paso por Toledo.

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¿Fue por precaución? ¿Demasiados accidentes? No, qué va. Las aguas verdes tornaron en gris; como grandes icebergs, montañas de espuma flotaban formando una fantasmagoría de formas caprichosas: el río pasaba contaminado. Y así sigue.

El crecimiento económico rápido, la instalación de industrias contaminantes, la falta de control de las aguas, el abandono y la desidia mataron al río; como ocurre con otros ríos, como ocurre con mares, océanos y cascos polares; ciudades, campos y lagos.

Y muchos gobernantes y gobiernos, encabezados por el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, dan la espalda al problema y se proponen incrementarlo con la excusa del crecimiento de la economía.

Os cuento mi visión de un problema local, universal por el valor de un sitio patrimonio de todos y paradigma de lo que nos está pasando, de lo que estamos haciendo. Creo que urge tomar conciencia para ayudar a salvar lo que queda y dar la vuelta a lo que aún no sea irreversible.

 

*Gango: merendero de tablas y techado de cañas o lona.

Imagen destacada: Obtenida de «Toledo y el Tajo»:
http://toledoolvidado.blogspot.com.es/2011/07/toledo-y-el-tajo.html

Imagen insertada en el texto por Amaianos (Wikimedia). Obtenida de: «La leyenda de La Cava y la ‘pérdida de España'»:
http://www.abc.es/cultura/20150201/abci-leyenda-cava-perdida-espana-201502171213.html

Donde más le duele

El amor a los hijos, su cuidado, la preocupación, el desvelo, la alegría y el contento son los sentimientos naturales de los padres. Veo desde mi ventana, en el afán de una hembra de vencejo por acarrear el barro del nido que milagrosamente se sostiene bajo una cornisa, la diligencia con que transporta el alimento de sus crías, el cuidado con que otea el horizonte.

Cuesta entender la muerte de un niño; es una violencia que ofende en lo más hondo. Quienes gustamos de contar historias apenas nos permitimos crear una vida incipiente para luego quitarla. En Ángel Guerra, Benito Pérez Galdós narra con la minuciosidad que lo caracteriza la enfermedad y muerte de Ción, la hija del protagonista; conmueve profundamente la pérdida; el padre queda destrozado. Hace unos días, en el programa Hoy por hoy de la cadena SER  (España), una mujer a la que se le había muerto un hijo hablaba de esas madres que no pueden celebrar su día. Y sin embargo…

Sin embargo hay maltratadores que golpean a sus víctimas donde más les duele. Se conoce que no tienen bastante con insultarlas, vejarlas, pegarles hasta la muerte, porque su enfebrecida mente maquina algo peor: matarle al hijo que es su propio hijo.

Se aprueban leyes, nos concentramos en plazas, lucimos lazos en la solapa, escribimos, nos movilizamos, nos sobrecogemos, pero no falta el día en que el noticiario no abra con una nueva víctima. Habrá que mirar dentro de uno mismo, hasta el fondo, para ver dónde reside el monstruo, para conocerlo, saberlo y dominarlo; acabar con él.

Pero no todo induce al pesimismo. En España, por ejemplo, se ha constituido una plataforma de menores contra el maltrato. Bajo el lema Avanza sin miedo, Patricia Fernández, de diecinueve años y víctima del maltrato, con su voz joven habla con pulcritud, precisión y convicción y marca un nuevo camino a seguir para acabar con esta lacra.

El domingo siete de mayo, Día de la Madre en España, Javier, de once años, fue asesinado por su padre. La madre del menor había denunciado su desaparición. La orden de alejamiento por maltrato a que estaba sometido el padre fue sobreseída en el año 2013.

(http://www.elperiodico.com/es/noticias/sucesos-y-tribunales/hallado-nino-11-anos-presuntamente-asesinado-padre-a-coruna-6025460)

La vida buena

No paramos de hablar de la vida humana y de su duración. Lo normal es que tenga un comienzo, y un final que viene dado por su extinción y regreso a la naturaleza de la que procede, culminando así el ciclo natural. Pero a ese ciclo también está sometido el resto de los seres vivos. Lo que nos caracteriza como humanos no es la capacidad de alimentarnos, reproducirnos o cobijarnos, tampoco la de asociarnos o comunicarnos, sino la de hacerlo con la palabra, con un lenguaje articulado, la de fabricar utensilios y cosas innecesarias, o crear elementos cuya única finalidad son ellos mismos y nuestro deleite, disfrute o entretenimiento; pero sobre todo, lo que nos caracteriza como humanos es el hecho de aspirar a la libertad y a una vida buena y activa.

Cuando faltan la libertad y la vida buena, al menos como posibilidad, se menoscaba nuestra condición y llegamos a convencernos de que así no merece la pena vivir, de modo que llegamos a la rebelión para conseguir la libertad y a usar esa libertad para poner fin a la vida cuando ésta se hace insoportable y no hay remedio que la pueda curar.

En eso o en algo parecido pensaría José Antonio Arrabal, aquejado de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), cuando decidió poner fin a su vida el pasado domingo en su casa de Alcobendas (Madrid). Dijo: «Me indigna tener que morir en clandestinidad», y eso es lo que ocurre cuando los poderes no se hacen cargo de regular por ley el derecho a la eutanasia y a la muerte digna, porque la vida, si no es buena, en el sentido digno y clásico, no es vida.

Sobre José Antonio Arrabal, ver «Me indigna tener que morir en clandestinidad», El País, 6 de abril de 2017.

«No perdono a la muerte enamorada»

Resistiría. Porque había caminado sobre un desierto ardiente como una lámina de cobre para plantar bajo la arena semillas con que dar agua y sombra al caminante; porque había surcado un mar como una lámina de estaño plana y extensa, aferrado a una tabla delgada y muy pequeña para ir dejando islas para descanso y salvación de los náufragos; porque había sacado fuerzas para escalar una montaña alta e infinita para sembrar el camino de refugios.

Pero su cuerpo estaba muy cansado. Demasiado cansado.

No perdono a la muerte enamorada porque te arranca del terciopelo de los besos, del calor de los abrazos y de las risas de los niños; pero por mucho que se empeñe, no se llevará tu hermosa sonrisa.

No perdono a los muchos que en su afán de muerte levantan groseras torres desde las que despreciar a un mundo, a pesar de todo, empeñado con la vida.

 

Pablo Ráez, el joven malagueño de tan solo 20 años, ha muerto este sábado tras una dura lucha contra la leucemia. El joven consiguió disparar las donaciones de médula a través de las redes sociales donde destilaba optimismo y fuerza voluntad”. (La voz de Galicia, sábado 25 de febrero de 2017)

Escribió Pablo en una red social:

“Feliz, como siempre. Voy a por todas, cada día es un día increíble lleno de cosas buenas, y obstáculos que superar pero eso es la vida, dar el máximo de ti cada día. De nuevo os felicito la vida no las navidades, os felicito a todos los que vivís cada día como si fuera el ultimo. Amaros a vosotros, amad a los vuestros, amad a la vida, que es maravillosa”.

 

«No perdono a la muerte enamorada», verso sacado de la Elegía, de Miguel Hernández.

La fotografía está tomada de La Voz de Galicia del 25 de febrero de 2017