Desolación

Vulnerable como un niño
la Naturaleza agoniza,
muerte y dolor gris ceniza
tiznan su manto de armiño.

Sobre su rostro lampiño
brota una lepra plomiza
fruto del alma enfermiza
del humano sin cariño.

Tiernas criaturas se abrazan,
lloran su hogar abatido
por las llamas que amenazan.

¡Amazonas desvalido!
Fuego y horror atenazan
tu corazón zaherido.

© Rosa María Lorenzo

 

 

 

 

¡Agoniza!

Con el rostro desnudo de alegría

y la paz arrancada a borbotones;

con el cuero del alma hecho jirones,

la conciencia acomete un nuevo día.

 

Acogido al derecho de ordalía,

no se exime el afán de sus funciones

blandiendo, al sucumbir, preciados dones

aunque el mal lo alancee a sangre fría.

 

¿Dónde está la virtud de aquella España

encendida en el oro de su tierra

balcón de girasoles y amapolas?

 

Hincando en ti su filo la guadaña

segó la libertad, tronó la guerra

regando con tu muerte sus corolas.

 

©Rosa María Lorenzo

Indignación

«Meteoro», óleo por Jesús Lorenzo, compartido con el permiso del autor.

Arde el mundo en la pira del descontento,

ascua de indignación y, en su montura,

cabalga la decepción, pavesa al viento.

 

Cegando la luz del sol con su negrura,

trotando va la furia entre la gente,

agüero de dolor y desventura.

 

Silbando su locura hacia poniente,

nos muestra el devenir tras la espesura.

 

Safe Creative #1108069816699Rosa María Lorenzo 

Indiferencia

(Sedoka)

Sordos y ciegos,
viendo sin observar
la agonía del otro.
Ciegos y mudos,
el estómago lleno,
el corazón vacío.

Rosa María Lorenzo ( 31/1/18)

Impotencia

  ¡Cuánta mujer marchita

en la flor de su núbil juventud!

rea de un troglodita

que asoló su virtud

tratándola con infame acritud.

Gritos de dolor, llanto,

el horror se agazapa tras la puerta

cerrada a cal y canto.

La madre yace muerta,

en los ojos de su niño, el espanto.

El cobarde asesino,

mortal enemigo, marido y padre,

decidió el cruel destino

del hijo y de la madre

y en la sociedad, no hay perro que ladre.

El “héroe” de la historia,

asomado a un atisbo de cordura,

el suicidio, la gloria;

ve en la muerte ventura

para escapar de su impía locura.

¿Qué obscura sinrazón

infecta a la sociedad actual

que no ve la ocasión

de desterrar el mal

que corre por sus venas, cual caudal?

Obvia el letal veneno,

absorta como está en sus vacuidades,

fluyendo tan ajeno

a prístinas verdades,

que muestra sin cesar sus necedades.

Y dormimos tranquilos,

aun conviviendo en la misma escalera,

el vecino machista

y su fiel compañera

que en un infierno vive y desespera.

©Rosa María Lorenzo

Déjame que te cuente… (Memorias de un refugiad@)

Este poema está originalmente escrito en gallego, pero aquí os subo la versión traducida al castellano. La esencia del poema no se pierde por ello.

Entre la vida y la muerte camino
donde la luz con las sombras batalla;
la libertad, un alambre de espino,
el barro y el hambre son mi mortaja.

En esta bruma donde nada adivino
es el amor sólo sal y rocalla
obnubilando el rostro vecino;
ojos sin ánimo, pétrea muralla.

Así, sin más, zozobra mi vida
entre el frío de los huesos y del alma;
entre abusos, maltrato y huida
de una guerra que me puso esta albarda.

Sin futuro, sin descanso, sin salida,
¿Quién me tiende una mano, quién me cura
la purulenta y honda herida
de este corazón que ya perdió la calma?

Si ante el amor tú y yo somos iguales,
¿por qué, hermano, tú no me ayudas?
vi morir ahogados a mis padres
y las fauces de la muerte son obstinadas.

Observo el cuervo de la tristeza en los demás,
con sus alas negras y pequeñas,
posado como la noche y, quizás,
con sus ansias más aviesas.

Ya me voy despacito, despacito,
sin la esperanza de volver a mi tierra.
¡Mira allí, ya murió otro pequeño!
que Alá lo acoja… ¡Maldita guerra!

Infanticidio

Corrompen tu carne las babas añejas,
inmundos regueros de afán filicida;
viciosos sin alma de mente torcida
persiguen, lascivos, la flor que bosquejas.

Los sátiros gozan la impúdica hazaña
ocultos tras roles de vida intachable
e inmunes cometen su acción execrable
vejando tu cuerpo con pútrida saña.

Un limo de oprobio te ciñe la piel,
tu mente perfila su albor de locura:
misérrimas horas de ergástula oscura,
de bilis y acíbar, de abyecto burdel…

Tus ojos esgrimen el yermo vacío
de savia corrupta; de tierra impostora.
Mujer germinaste… ¡maldita la hora!
el hombre no quiere tu libre albedrío.

La inquina del hambre, su adusta miseria,
baldonan tu casa, el gozo de ayer;
la infante alegría fenece en tu ser,
deseos lobunos sajaron su arteria.