El arte de mirar por la ventana

Miro por la ventana con mi pequeño en brazos y observo el trajinar de madres y padres con sus criaturas en el primer día de “semilibertad” —como titulaba algún medio de razonable fiabilidad— y se me constriñe el alma, valga la expresión, con una especie de rabia, desazón y tristeza.

Este día que la vida llenó de nueva cuenta las calles, no tardaron en saltar las voces antiniños para cuestionar la desbandada de “seres contagiosos” a las calles sin acatar las férreas normas de la distancia social, como si fuesen presos en libertad condicional.

Me parece sumamente irresponsable y condenable que se haya interiorizado la idea de que la infancia es un peligro en esta epidemia porque pone en riesgo al resto, comenzando por las personas mayores, reforzando la convicción de que los niños son vectores del virus y no enferman, mientras que los abuelos deben alejarse de ellos para salvarse el pellejo. ¿En qué se basan para semejante calumnia? Si nos fiamos de las cifras oficiales, el porcentaje más alto de muertes ha ocurrido en las residencias privadas de mayores, y eso se debe a una mala gestión y negligencia por parte de los responsables de cada centro.

La realidad es que cualquiera puede ser vector de contagio, independientemente de la edad. Nadie ha ofrecido cifras sobre la cantidad de personas asintomáticas que puede haber, pero, si como lo dijo en su momento la primera ministra alemana, Ángela Merkel, el 90 por ciento de la población se contagiaría, las estadísticas oscilarían por ese umbral.

Tampoco hay certeza sobre todos los síntomas con los que se manifiesta el virus, ni hay certeza acerca de su origen o sobre su potencial mutante. Si el virus está en todas partes, como se ha difundido de manera alarmista, cualquier precaución sería nimia, pues incluso salir al balcón nos expondría al contagio.

Lo he escrito ya, y no me cansaré de insistir en lo absurdo de tantos bulos, producto de la sinrazón y el miedo de unos pocos, que unos muchos van reproduciendo sin cuestionarlos mínimamente.

La gente mayor es la primera en salir, con cualquier pretexto, incluso para ir por una barra de pan tres veces al día. Y es comprensible. Estoy segura que los niños también lo harían, si no fuera porque mamá y papá, el profesorado, internet y la televisión les han dicho que deben quedarse en casa. He leído que la primera ministra noruega ha dirigido un mensaje especial para la infancia para explicar, de una manera cercana y amorosa, las circunstancias de la pandemia. En España, ninguna de las figurillas políticas ha sido capaz, ni por asomo, de abordar los mensajes de una manera menos belicista o violenta.

Muchas cosas que se gestionaron mal desde el inicio continúan haciéndose mal, cuando podrían haberse corregido. El decreto del estado de alarma estuvo abrazado por una jornada del 8 de marzo, sin precedentes, sin embargo, de su estela no ha quedado nada para guiar las mentes de la gente que coordina las políticas bajo el confinamiento.

La insoportable brevedad del ser mujer*

Por: Mayté Guzmán Mariscal

No se nombra lo que no se conoce. La maldad con la que se aniquila la vida de menores y mujeres, en particular, no tiene nombre. Algo debe estar podrido en quien no tiene escrúpulos para infligir semejante daño a una criatura inocente. No es humano quien detona un arma a sangre fría, quien viola, quien tortura, quien mutila, quien apuñala sin que le tiemble la mano. Y ni hablar de las cifras, que desafortunadamente resultan ser un indicador que la realidad siempre supera: mayor número de desapariciones, feminicidios, infanticidios, secuestros, asesinatos. Sé que tengo que escribir algo, no sé exactamente qué ni con qué fin. Quien lea estas líneas solo podrá sentir la rabia, la impotencia y la tremenda conmoción que intento expresar.

Los titulares se han llenado con las opiniones de los expertos en culpar, revictimizar, criticar, desinformar. Sobra decir que los medios de comunicación tienen todo que ver en este declive social. Lo cierto es que todo falló en el cruel asesinato de la pequeña Fátima, y en el de Ingrid, y en el de la bebé Karen, y… Pero es que hace años que todo falla.

Es imposible que esta cadena de feminicidios se cometa a manos de dos personas solamente. Yo no me lo creo, y esa justicia a medias no debería calmar nuestras conciencias. Detrás de estos incesantes crímenes hay una inmensa cantidad de cómplices, muchos de ellos de cuello blanco, a quienes el peso de la ley jamás ha incomodado. Y qué hay que hacer, cómo debemos actuar, a quién podemos recurrir, cuánto más tendremos que soportar.

Reconozco, ahora que soy madre, que el día en que me anunciaron el sexo de mi bebé inconscientemente sentí alivio de que no fuese niña. Tengo claro que nacer y ser mujer no es un castigo. Y sé que si hubiese parido una niña la amaría igual, aunque no hubiese podido evitar esa terrible sensación de temor por haber traído al mundo un ser más vulnerable que la otra mitad restante. Porque si somos vulnerables como mujeres evidentemente es una cuestión más allá de nuestro deseo. Es porque el capitalismo y patriarcado se ha cebado con nosotras, por el simple hecho de ser dadoras de vida. Es su venganza, es la sinrazón. Al menos eso parece.

Nadie puede llegar a entender el dolor que sienten las madres a quienes les han arrebatado a sus hijas, ni el daño irreparable que una pérdida en esas circunstancias ocasiona. Por ellas y por todas nosotras, debemos frenar esta violencia. Debemos recuperar el espacio público, un espacio que también es nuestro, llenar las calles, cuidarnos entre nosotras, y nunca más vivir con miedo.

En estos días leí un post con una idea muy cierta: las mujeres vivimos pretendiendo que no se nos noten las arrugas, las estrías, las lonjas, etcétera. La lógica del “que no se nos note” llegó al tal grado, que tampoco se notaba cuando nos agredían, nos violaban, nos desaparecían o nos mataban. Pero una situación así es insostenible en el tiempo. Teníamos que decir «¡basta!». Y lo hicimos, sin embargo, no ha sido suficiente.

Sí, México es un país feminicida, asquerosamente machista y misógino. Que todo el mundo lo sepa. ¿Y después qué?

Como sugerí en un artículo anterior, nunca deberíamos responder que nos provoca miedo nuestra condición de género, mucho menos avergonzarnos ni despreciarnos por ser mujeres. La voz y la palabra son armas de construcción masiva. Alcemos entonces nuestras voces, nuestros gritos cargados de futuro. Digamos «¡BASTA!».

*A la memoria de todas y cada una de las niñas, adolescentes y mujeres que han sido asesinadas en México.

Ha aparecido un cuerpo — Emociones encadenadas

Sobre el terreno busco
pistas para respaldar
esta rabia con palabras.

Moderan el par de minutos
en la cama, la ilusión
voluntaria, la exclamación
de la pantalla y el trago
de sangre. Intercede la
melancolía navideña y
tres pasos más.

Ninguna de ellas me concilia
con esta realidad en la que
hay que soñar para que ningún
criminal sorprenda a alguna
chica en una esquina, en una
calle, en una carretera,
en un portal, en un parque.

Otro cuerpo hallado,                        otra víctima
mortal, otro asesinato por

violencia                                                machista.

Soñar otra posible existencia.
Juzgar el poder de ser                          muerte
de una vida que no les pertenece.
Manifestar rechazo.
Gritar un                                                hasta cuándo.

Llevo dos días intentando
poner palabras al deleznable
hecho que se repite cada
cierto tiempo:una mujer pierde
la vida
por                   ser                                        mujer.

Y sigo sin entender
por qué.

Y sigo maldiciendo
por qué.

a través de Ha aparecido un cuerpo — Emociones encadenadas

Germen

Un estornudo se despide
en, apenas, un segundo.
Podría recorrer hasta
cuatro metros. Podría
permanecer en el aire
durante cuarenta y cinco
minutos. Numerosos sucesos
podrían ocurrir en un segundo,
por ejemplo, que otra mujer
sea asesinada. El recuerdo
de este caso podría ser
inferior al tiempo
que persiste un estornudo
en tu habitación.

¿Cuántos estornudos?

¿Cuántas mujeres asesinadas?

Decidme…

La separación de padres  e hijos, cruel, absolutamente inhumana y despreciable que está llevando a cabo con su política migratoria el presidente de los Estados Unidos de América ¿no es una práctica absolutamente nazi?
Jaulas como perreras , “pabellones de la muerte” donde se aniquila la inocencia de los niños, se les alimenta de terror y se les marca con símbolos de abandono, soledad y llanto…
Decidme…
¿Hay algún lugar donde habiten los derechos humanos?
¿Alguien sabe para qué sirve la ONU?
¿Y la Corte Internacional de Justicia (CIJ)?
Decidme…

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Miradle…
Tiene el perfil del tirano endiosado por el dinero y el poder, del provocador innato que le gusta llegar a extremos nunca sospechados en un país que presume de ser el más democrático del mundo.
Francotirador de Twitts.
Experto jugador en desestabilizar la economía y la paz mundial.
¡Negocio!

Miradles…
Los iris de sus ojos están manchados de sangre.

Isabel F. Bernaldo de Quirós

Las jaulas de Trump

 

Un titular del periódico
ha hecho rodar mi pluma
hasta el suelo. La punta se
ha doblado. La única forma que
tenía de enderezarla ha sido con
mis dientes. La tinta me ha llegado
a las manos. No sé bien, si de la pluma
o de la escabrosa noticia con las jaulas de Trump.

Gema Albornoz

[Leer en Emociones encadenadas]

a través de Las jaulas de Trump — Emociones encadenadas

Manifestación tras la sentencia

«Because men are men, and women are women. We must not fly in the face of nature».
«Are Women People?», 1915.

Alice Duer Miller.

 

Cinco puntas de estrella clavadas en mis ojos.
La custodia de mi espalda
la ejerce mi igual.

Volví a escuchar a
aquellos fantasmas de 1915.
Me susurraban que estaba loca, que
acallase mis neuras y no gritase fuera
de mí —contra natura.

Pasé mi brazo por el suelo,
me deshice de mis ropas y
extendí la mancha del flujo de mi sangre
y mi silencio, haciendo una senda un río.
Despertaron como mariposas sanguinolentas
y echaron a volar. Me quedé desnuda, herida y con
los malditos fantasmas del pasado —pasado, que
nunca fue mejor—, malditos. Lucho por mi propia
humanidad, mientras hay hombres que van contra ella.

Me levanto y alzo mis manos vacías.
Alguien paga un precio y alguien es el precio,
así ha sido hasta ahora. ¿La furia también será ciega?

Cinco puntas de estrella clavadas en mis ojos,
quien me las quita, se las coloca como insignia
y ambos poseemos, con ellas, una distinción.