Una de las Rosas

Paredes habitan el canto
de una voz casi apagada.
La puerta del sótano se abre.
Luce cruz de hierro como estandarte.
Ventana abierta a la esperanza.
Ventana cerrada a la desesperación.
Una alfombra de sangre se extiende
bajo la rendija de esa puerta.
Dirección a la tapia del cementerio,
el corazón bombea tortura.
No sabe o no quiere saber.
Antes de saberse doler
prefiere no desfallecer.
Ha sufrido en piel
y ha sufrido en ojos.
Ha sido mancillada:
corrientes en los pezones,
ropas a jirones,
violaciones.
Dirección a la tapia del cementerio.
Das una vuelta al horizonte,
todos tus años fueron espinas
y serás rosa.

Gema Albornoz

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Cuarenta y tres

Desde Mendoza, Argentina, Stella Maris Paez se solidariza con la causa de #Ayotzinapa y hace saber su sentir a través de este poema.

Cuarenta y tres voces
preguntan ¿por qué?
Entre el susurro del pueblo.
Pasan los días.

Cuarenta y tres vidas
responden «no sé».
Buscando el recuerdo,
evitando el olvido.

Cuarenta y tres jóvenes
no saben por qué.
La indolencia de algunos
que ocultan el grito,
de un pueblo de pie.

Cuarenta y tres hijos
que ya no están aquí
en vivas presencias.
Solo en la voz del mundo
y de un pueblo en las calles
que piden se vayan,
los que callaron su voz .

Stella Maris Paez.

Sin rostro

Julio César Mondragón — Víctima del Estado

Julio César Mondragón — Víctima del Estado

Quisieron callar tu voz
creyeron que así lo ocultarían
atacaron como algo no humano
tuvieron miedo de ti.
Ilusos pensaron
que sin rostro no habría voz
y sin voz no habría oposición
ahora es un grito colectivo
No hay redención
La tortura violentó tu sonrisa
también despertó consciencia
se quebró el silencio
En el camino tus seres queridos
sin perdón, sin olvido
con el rostro en alto
sin paz, sin descanso
Quisieron borrar tu rostro
con un puñado de pesos
no se olvida un mensaje de muerte
¡Hoy el grito es más fuerte!

Acerca de mí

Soy la menos indicada
lo sé.

Mi conciencia política
se ahogó un día
cuando era joven,
en verano.

Fue en un campo de golf,
con lagos artificiales,
cocodrilos vigías,
casas con elevadores.

No era mi país,
era al norte.

Yo y un niño de doce
hablamos sobre la guerra
«Irak», dije, «petróleo».
Él dijo: «No,
fuimos a salvarlos».

Y me dije no hay forma,
él es el futuro.

Vi el derroche
del banquete majestuoso.
Y supe que del otro lado
en la misma ciudad
niños vivían entre insectos,
con hambre y yo con ellos,
pero durante muy poco.

Y me dije no hay forma,
ellos son el futuro.

¿Cómo voy a cambiarlo?

Y me rendí
bajo la impotencia,
en el campo ostentoso,
al atardecer de verano.

No sé lo que nadie ha sufrido
porque dormí muchos años.
Y me avergüenzo.

Dejé que todo esto pasara.
Soy la menos indicada.