Estaba Marilyn con unos pendientes de diamantes.
Estaba Lenin con una corbata roja.
Estaba Elvis cuando era El Rey y no era ni gordo ni decrépito.
Estaba Snowden abrazado a la bandera de USA.
Estaba Putin quitándose unas gafas de sol como en un anuncio.
Estaba Nikita Khrushechev con un zapato en la mano.
Estaba Michael Jackson ya de blanco y antes de “eso” de los niños.
Estaba Leonid Shezhener repleto de medallas.
Estaban The Beatles antes de Yoko.
Estaba Elton John con gafas azules bohemias y título de Sir.
Estaba uno que decía ser Mannerheim —lo tuve que buscar en internet—, tenía bigote y vestía uniforme.
Estaba Fredie Mercury con bigote y sin SIDA.
Estaba Osama Bin Laden con una camiseta de I love NY.
Estaba Margaret Thatcher vestida de minero.
Estaba el Che con una bandera de Cuba o de Coca Cola —no sé—.
Estaba Hitler diciendo Ich Liebe Dich.
Estaba Gorvachov y su mancha en la cabeza con forma de Kamchatka.
Estaba un hombre de unos 30 que sonreía y también parecía ruso —como dice mi madre—.
Todos estaban ahí, muy juntitos, apretados como cerillas esperando
la chispa
que les hiciera otra vez arder y brillar en el infierno.
Todo olía a flor de tilo.