La insoportable brevedad del ser mujer*

Por: Mayté Guzmán Mariscal

No se nombra lo que no se conoce. La maldad con la que se aniquila la vida de menores y mujeres, en particular, no tiene nombre. Algo debe estar podrido en quien no tiene escrúpulos para infligir semejante daño a una criatura inocente. No es humano quien detona un arma a sangre fría, quien viola, quien tortura, quien mutila, quien apuñala sin que le tiemble la mano. Y ni hablar de las cifras, que desafortunadamente resultan ser un indicador que la realidad siempre supera: mayor número de desapariciones, feminicidios, infanticidios, secuestros, asesinatos. Sé que tengo que escribir algo, no sé exactamente qué ni con qué fin. Quien lea estas líneas solo podrá sentir la rabia, la impotencia y la tremenda conmoción que intento expresar.

Los titulares se han llenado con las opiniones de los expertos en culpar, revictimizar, criticar, desinformar. Sobra decir que los medios de comunicación tienen todo que ver en este declive social. Lo cierto es que todo falló en el cruel asesinato de la pequeña Fátima, y en el de Ingrid, y en el de la bebé Karen, y… Pero es que hace años que todo falla.

Es imposible que esta cadena de feminicidios se cometa a manos de dos personas solamente. Yo no me lo creo, y esa justicia a medias no debería calmar nuestras conciencias. Detrás de estos incesantes crímenes hay una inmensa cantidad de cómplices, muchos de ellos de cuello blanco, a quienes el peso de la ley jamás ha incomodado. Y qué hay que hacer, cómo debemos actuar, a quién podemos recurrir, cuánto más tendremos que soportar.

Reconozco, ahora que soy madre, que el día en que me anunciaron el sexo de mi bebé inconscientemente sentí alivio de que no fuese niña. Tengo claro que nacer y ser mujer no es un castigo. Y sé que si hubiese parido una niña la amaría igual, aunque no hubiese podido evitar esa terrible sensación de temor por haber traído al mundo un ser más vulnerable que la otra mitad restante. Porque si somos vulnerables como mujeres evidentemente es una cuestión más allá de nuestro deseo. Es porque el capitalismo y patriarcado se ha cebado con nosotras, por el simple hecho de ser dadoras de vida. Es su venganza, es la sinrazón. Al menos eso parece.

Nadie puede llegar a entender el dolor que sienten las madres a quienes les han arrebatado a sus hijas, ni el daño irreparable que una pérdida en esas circunstancias ocasiona. Por ellas y por todas nosotras, debemos frenar esta violencia. Debemos recuperar el espacio público, un espacio que también es nuestro, llenar las calles, cuidarnos entre nosotras, y nunca más vivir con miedo.

En estos días leí un post con una idea muy cierta: las mujeres vivimos pretendiendo que no se nos noten las arrugas, las estrías, las lonjas, etcétera. La lógica del “que no se nos note” llegó al tal grado, que tampoco se notaba cuando nos agredían, nos violaban, nos desaparecían o nos mataban. Pero una situación así es insostenible en el tiempo. Teníamos que decir «¡basta!». Y lo hicimos, sin embargo, no ha sido suficiente.

Sí, México es un país feminicida, asquerosamente machista y misógino. Que todo el mundo lo sepa. ¿Y después qué?

Como sugerí en un artículo anterior, nunca deberíamos responder que nos provoca miedo nuestra condición de género, mucho menos avergonzarnos ni despreciarnos por ser mujeres. La voz y la palabra son armas de construcción masiva. Alcemos entonces nuestras voces, nuestros gritos cargados de futuro. Digamos «¡BASTA!».

*A la memoria de todas y cada una de las niñas, adolescentes y mujeres que han sido asesinadas en México.

Ha aparecido un cuerpo — Emociones encadenadas

Sobre el terreno busco
pistas para respaldar
esta rabia con palabras.

Moderan el par de minutos
en la cama, la ilusión
voluntaria, la exclamación
de la pantalla y el trago
de sangre. Intercede la
melancolía navideña y
tres pasos más.

Ninguna de ellas me concilia
con esta realidad en la que
hay que soñar para que ningún
criminal sorprenda a alguna
chica en una esquina, en una
calle, en una carretera,
en un portal, en un parque.

Otro cuerpo hallado,                        otra víctima
mortal, otro asesinato por

violencia                                                machista.

Soñar otra posible existencia.
Juzgar el poder de ser                          muerte
de una vida que no les pertenece.
Manifestar rechazo.
Gritar un                                                hasta cuándo.

Llevo dos días intentando
poner palabras al deleznable
hecho que se repite cada
cierto tiempo:una mujer pierde
la vida
por                   ser                                        mujer.

Y sigo sin entender
por qué.

Y sigo maldiciendo
por qué.

a través de Ha aparecido un cuerpo — Emociones encadenadas

Ni un silencio más, ni una voz menos

Solo silencio por aquellas que mueren en mi nombre,
solo silencio por aquellas que cayeron por mi vida,
solo silencio por aquellas que no tienen nombre,
ni voz, ni vida, ni rostro, ni alas, ni sonrisa.

Silencio por aquellas condenadas a él,
silencio por sus cuerpos y por sus heridas,
silencio por las víctimas y el dolor del crimen
del estado, del patriarcado y de la complicidad
de quién no es capaz de ver.

No, no, no quiero en tu rostro más lágrimas,
ni más silencio en nuestras calles.
No, ni una gota más de silencio en los días
ni un segundo más de soledad en tu nombre.

No estás sola, hermana, somos resistencia,
somos flor, somos fuego y seremos mares.
Desbordaremos los muros que te encierran
y partiremos las cadenas y los alambres,
que con golpes han desgarrado tu alma,
roto tu mirada y derramado tu sangre.
Sé fuerte, sé firme y vuela libre, vuela,
que no es amor, eso que pretende,
sino la mayor bestialidad, la de la guerra.
¡Vuela! Que no estás sola en nuestro enjambre,
que los pararemos y picaremos, compañera.

Mujer encarcelada por sus mentiras, levántate
que no hay nada de amor en su violencia,
que nos despertaremos en tormenta
frente a sus golpes y sus grilletes,
frente a sus palabras y sus cadenas,
juntas, mano a mano, frente a frente:
¡Ni un silencio más, ni una voz menos!

Vomitemos las palabras

YO TE CREO

Hace frío, impacable se adentra
en mis tripas.
Se revuelven, dando vueltas
a mi estómago.
Una boca articula palabras,
resuenan mientras
las niego.
“No hubo agresión sexual,
sino una relación consentida y placentera”.

No. No. No. Tres veces no.

El café enluta,
se hace más amargo.
Probablemente, ya han destrozado
la corona de Puta sobre su cabeza.
Probablemente, siga con una vida
fraccionada.
Probablemente, quienes escuchamos
cómo una víctima habla de una agresión
sexual, en un portal, la vivimos
repitiendo lo que ella ya vivió,
siempre que no vomitemos las palabras
perdidas en aquel portal. Y levantemos
el vómito más alto que su propia voz.

El corazón de María

María está tumbada en el suelo, sobre la alfombra, como cuando era niña. Miraba al techo y dejaba su mente divagar sin rumbo, le resultaba liberador.

Se pregunta dónde estará Borja, su marido. Hace rato que ha salido. Él siempre se va a dar una vuelta cuando discuten, y ella siempre se queda en casa esperándole, preguntándose si tardará mucho en volver. A veces él le trae un detalle para hacer las paces, a veces ella le recibe con un café y algo de comer. Borja es el amor de su vida, y no es que discutan mucho, es que cuando discuten, lo hacen a lo grande. Al fin y al cabo, después de cuarenta años de matrimonio, le parece bastante razonable. Es cierto que Borja tiene mucho carácter, pero María le adora, y cree que sabe manejarle.

El viento sopla con fuerza y, por un momento, sus aullidos sacan a María de su ensimismamiento. Se acuerda de los rosales del jardín. ¿Estarán bien? Intenta incorporarse, pero no tiene fuerzas. Qué cansada estoy, piensa. ¿Será normal? ¿Será por la edad? Al imaginar que envejece, se acuerda de su único hijo, que se fue a Suiza a los veintisiete años y ya no volvió. Nunca se llevó bien con su padre. María no suele ser muy objetiva, olvida con frecuencia por qué su hijo se distanció tanto, y se limita a echarle de menos en silencio. Se acuerda de cuando él era pequeño y salían los tres en la barca, y Borja le enseñaba a pescar. Lo pasaban bien. Se comían un bocadillo en el mar y eran felices. Qué guapos estaban los dos, sus siluetas recortadas contra el azul del cielo, y el viento revolviéndoles los cabellos. ¿Pensará su hijo en ellos de vez en cuando? ¿Será feliz?

Llaman a la puerta. ¿A estas horas? ¿Quién será? A lo mejor Borja se ha olvidado las llaves… No, él nunca olvida nada, siempre lo tiene todo controlado. De pronto le asaltan las dudas. Siente miedo. El vendaval es cada vez más feroz y sigue sonando el timbre. Qué agobio. Pero, ¿por qué no puedo moverme? ¿Se le habrá ido de las manos esta vez?

Aunque por algún motivo, hoy su mente no le pertenece. Su cuerpo tampoco. Está muy distraída. Ahora vuela a los recuerdos de su infancia. Se acuerda de sus padres, que ya no están. De sus compañeras del colegio. ¿Qué habrá sido de ellas? Se acuerda del perro que tenían y de los paseos de los domingos después de la iglesia.

¿Eso que suena es el viento furioso? ¿O hay alguien aporreando las ventanas? Al menos el timbre ha dejado de sonar. La verdad es que un poco sí que me duele.

A veces, el dolor es tanto, que olvidas que está ahí, dejas de sentirlo. Al cabo de los años se ha naturalizado, el corazón lo ignora, la mente también.

Siguen golpeando las ventanas. Puede que sea la vecina, que ha oído los gritos. María no quería gritar. Hace años que se entrena, normalmente lo logra. Sin embargo, hoy no ha podido evitarlo.

Pero su mente sigue escapándose a la razón. Ahora está en la universidad. Fue muy buena estudiante. Se acuerda de su primer novio, el único que tuvo antes de conocer a Borja. Era encantador, pero no salió bien.

Qué frío hace, ¿no? No parece verano. Si pudiera alcanzar la manta… Pero, ¿qué es esto que siento en la espalda? ¿Está mojada la alfombra? Bueno, de todas formas le está entrando mucho sueño, a lo mejor mañana lo ve todo distinto. El viento se oye cada vez más lejano, aunque ahora le parece oír algo más, confuso, distante. ¿Son sirenas de policía? Qué más da, ya se le cierran los ojos…

El nombre de María quedó registrado como la víctima mortal número 29 de violencia machista de aquel año. Otra muerte. Otro número. Otra estadística. Salió en las noticias. Salió en los periódicos. Sus vecinos hablaron de ello durante un tiempo. Pero su recuerdo… Su recuerdo, finalmente, se lo llevó el viento.

 

Andrea Nunes

En el hueso

La Sed. Dibujo original. Artista: Paula Bonet. All rights reserved.

«La Sed», dibujo original  por Paula Bonet. (Todos los derechos reservados).

«El machismo está en el hueso». Paula Bonet

Un río de sangre corre
desde mi brazo hasta el tuyo.
Mojas el dedo en él
para testar la androginia
de mis pensamientos.
Un río de lágrimas
es cascada entre mis ojos
y tus mejillas.
Sigue un estereotipo
donde siempre quedas por encima.
Un mar de micromachismos
en los que caer,
sin querer zambullirme.
Forman un agujero negro
por donde tiro toda la sangre
—y las lágrimas—
que me extirpo del hueso.
Un hueso que es arma
en su taxonomía
y veneno
—cuando se apura sorbiéndolo.
Raspo hasta su parte más esponjosa.
Raspo arañando la médula.
Raspo haciendo cavidades con mis uñas.
Las clavo haciéndolas irrompibles
al bañarlas en mi propia sangre.

Gema Albornoz
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HAIKUS DE JUEVES SANTO

La-Ultima-Cena-este-es-mi-cuerpo-y-mi-sangre

Junto a tu mesa
me adhiero a tus amigos
porque tengo hambre.

Traigo los llantos
mujeres maltratadas
e incomprendidas.

Arrastro niños
no hay tierras prometidas
para inocentes.

Me están matando
y con besos de Judas
muero en patera.

Soy Magdalena
Tu cena, sin mujer
es incompleta.

También soy Marta
vago por los caminos
y tengo miedo.

Samaritana
que se acerca a tu mesa
muerta de sed.

Hija de Jáiro
sufridora que busca
paz y armonía.

No soy apóstol
trabajo sin contrato
y gano menos.

Aquí a tu lado
déjame ser un rato
el Amor puro.

©Julie Sopetrán