Oración en el huerto

“Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Lucas 22:42

Abrir los ojos y cerrar la boca.
Abrir los ojos para no apartar de mí
esta copa. Cerrar la boca para que se haga
mi voluntad y no la de quien olvida que la alerta de vida
es innata al ser. No viene como temporal de lluvia.
Extender las manos y apartar los pies.
Condensar el vapor con palabras que no pronunciaré
al leer un suceso. Suspender el agua de los tejados,
aquellos que no habitas porque reina la provocación.
Y si es posible, aparta de mí a quienes violan,
a quienes sorprenden el alud, a quienes matan.
Aparta de mí, a la misma muerte y a quienes viven
en la desgracia tras atravesar el Mediterráneo
en una balsa de jabón; a quienes apuñalan,
a quienes juegan con los panfletos de desaparecidos
esparcidos por el suelo. Y no atropellaré a la vida que florece
al quebrar la solidez del mismo suelo que piso. Y sus pétalos,
óyeme bien, anidarán mi ánimo. Y llenarán mi copa.

Gema Albornoz

¿A dónde vas, alma errante?

¿A dónde vas alma errante,

a dónde te veo partir?

Voy en busca de los sueños,

aunque la vida me cueste.

Voy huyendo del hambre,

de la guerra, de la peste.

De la injusticia del hombre,

del escarnio de mi gente.

Voy cruzando el Río Grande,

voy en un camión caliente,

Sofocado por los cuerpos,

ahogado por la corriente.

Vivo, lucho y muero

en mi esperanza,

tan pronto me ven salir

soy un espectro de añoranzas.

Llora mi viuda, llora mi madre,

lloran mis hijas descalzas.

Ya yo no sé si es peor

desgajarme en esta tierra rancia,

o dejar mi ánima vagabunda

en esta travesía falsa.

El miedo no tiene lugar,

tengo que hacer el intento,

esconderé mi contento

si llego a alcanzar mi destino.

Trabajaré sol a sol,

no me quejaré de nada.

Déjame cruzar el río,

deja agua en mi camino,

déjame lograr mi sueño…

soy un esqueleto en el desierto.

imagen: https://pixabay.com/en/rio-grande-river-water-texas-1584102/

Cada 3 segundos

Frank HOll

«Faces in the Fire», 1867, por Frank Holl (Ashmolean Museum).

Si de entrada te quedas callado,
o lo que es peor,
si nada haces
y además pregonas
que nada se puede hacer por ellos.
Si no participas con tu grano de arena
en llenar el cubo del niño que te lo ofrece,
clama y reclama,
para mejorar su vida o salvarla…
Ten en cuenta entonces,
que cada 3 segundos se muere uno de ellos,
que cada 3 segundos, quizá,
podrías haber contribuido a evitarlo.

Isabel F. Bernaldo de Quirós
apalabrandolosdias.wordpress.com

Poema de mi libro «Al son de las mareas», Ediciones Vitruvio (2014)

En el pesebre

José y María permanecían escondidos en el pesebre. No en el de Belén, sino en la humilde choza en la que vivían en las afueras de una ciudad fronteriza de Arizona. Ella estaba embarazada y cuatro niños mocosos la agarraban de las faldas. Lloraban porque se morían de frío. Gritaban porque tenían hambre. La mujer miró a su marido sin reclamos y le sonrió. Llevaban seis años juntos por amor —en unión libre—, porque no tenían dinero para legalizar un matrimonio con papeles. La verdad era que ningún asunto de sus vidas se encontraba registrado por escrito. Ninguno de los niños tenía patria. Parir en esta tierra les ganaría el pasaporte para quedarse. Apostaban todo a que así sería. Se los había dicho la comadre. Se los había asegurado el coyote. Era cosa de llegar al hospital y que esta última criatura tuviera un certificado de nacimiento de los Estados Unidos. Gracias a ese, le darían un apartamento, estampillas para comprar alimentos, escuela y servicios médicos para los chiquillos.

María sacó una de sus tetas flacas y la puso en boca de sus hijos para alimentarlos, uno a uno. Tomó mucha agua corrupta, deseando que, como una vez se convirtió en vino, ahora se volviera leche. Se echó en el catre y se acurrucó con ellos, intentando darles calor con el único poncho que tenía. José salió confiando en que algo de comer encontraría. Caminó desde la mañana por varias horas apretando la chamarra al cuerpo. El frío petrificaba sus huesos y le hacía muy difícil continuar andando. Sus labios morados sangraban. Apenas cubrían los pocos dientes que le quedaban que castañeaban sin cesar. No encontró a nadie por el camino. Tenía miedo de acercarse a las haciendas por miedo a que llamaran a la migra*. Era un invierno terrible en el que no se hallaba nada comestible a simple vista. Decidió regresar humillado. Se sentía poco hombre. De nada le había servido trabajar como un mulo por diez años para pagar por el cruce de la frontera. Había prometido una mejor vida a la María, pero solo pudo darle una atiborrada de miserias.

Cuando llegó era de noche. Todo estaba oscuro y un olor a muerte impregnaba el ambiente de la casucha desdichada. Encendió una vela. Vio a María dormida, con la boquita de uno de los niños todavía pegada a su seno. Se acercó para acurrucarse junto a su mujer, cuando sintió que todos estaban tiesos.

José se durmió con ellos.

*migra: f. coloq. Méx. Cuerpo de la Policía de inmigración de los Estados Unidos de América.  dle.rae.esp

Imagen: Max Yacovech

https://pixabay.com/en/desert-arizona-united-states-833518/

A LA BÚSQUEDA DE DON QUIJOTE

don-quijote-y-sancho-de-vicen-van-gogh

«Don Quijote de la Mancha», por Vincent Van Gogh.

Me voy cayendo a trozos cuando cruzo la calle
voy cargada de impuestos que no puedo pagar,
tropiezo en los bordillos de todos los recibos
y ya no tengo casa, ahora todo es del banco.
Quiero cruzar la calle para llegar al parque
por si hubiera algún árbol que me diera su sombra
con ella, sentiría que estoy en otra parte
y tal vez Don Quijote… viniera a defenderme.
Yo no soy Dulcinea, pero quien sabe dónde
habrá un lugar distinto que no tenga paredes
y alguien como Cervantes, pudiera rescatarme.
Me persiguen demandas, hipotecas, avales
ya no me queda senda para cruzar la calle
y necesito un sueño que se enrede en mis pasos.

©Julie Sopetrán