El blanco principal

Ellos

cambiarán el oro negro

por  el oro rojo

para cubrir con poder

su miseria.

Es tan solo un intento.

El subdesarrollo vigila

mientras alguien insiste

“ten fe y reza”

La pobreza

con el miedo

estallarán al lado de la guerra

y sobrevivirán

como mutantes bacterias.

La muerte escurre,

en nombre de las franjas

y las estrellas.

El blanco principal es el mundo.

¡Qué extraño!

Nadie se queja entre el silencio de las radiaciones.

¡Es que no ves

que ya nada queda!

14 de abril

 

Labios de dinamita
cruzan el frío de la estepa
y se encuentran.
Los corceles de la luna
y todos los soles de la tierra
se desvelan.
El pueblo ha hablado,
se arma de primavera
y se rebela.

Los cuerpos, las alas,
el sudor, el llanto.
El deseo se desata.
La tierra, el mar,
la muerte, el espanto.
Llega la esperanza.
El amor, la paz,
el pan, el trabajo.
El pueblo y su palabra.

Y así nos encontramos,
libres y desnudos,
en las sábanas de la luna
desatando los campos.
Una vez hace mucho tiempo,
cuando en el Este amanecía
y aquí estaba brotando
su esperanza sin miedo.
Tus ojos y mis ojos
danzaron una vez,
no recuerdo cuando,
pero ardían el fango y el lodo
entre nuestros labios y su latido
sobre las cadenas rotas
y las tierras exigidas
por los que nunca habían existido.

Los labios, los abrazos,
las ideas, las escuelas.
Misiones pedagógicas.
La poesía, el teatro,
la vida, las huelgas.
Reforma agraria.
El pueblo, los cantos,
la lucha, su bandera.
Justicia social.

Sombras fugitivas
a la luz de las estrellas
me llevaron a ti
lejos de la ciudad cautiva.
Y te vi caminar por el desierto,
cruzar los olivos y castillos,
navegar barcos y caminos
borrando el oscuro negro.
Y te vi desatar cadenas,
surcar las máquinas
donde las alas se rompían
y encender las almenas.
Y vi tus labios,
y escuche tu voz,
y te seguí hasta donde
los árboles se amaron.

Pero, ya no sé dónde estás,
te perdí la pista
en los años sin memoria,
pero te recuerdo sobre la estepa,
de pie con nuestra bandera
y no he sabido olvidar
la esperanza de tus ojos
ni tu conciencia despierta.
Y ya no sé dónde estás,
pero te recuerdo
a ti y a tu pueblo heroico
obligado al luto y a la miseria.

Labios de dinamita,
cruzan el frío de la estepa
y se encuentran.
La memoria de los años
y la sed de la tierra
se avivan.
La memoria de tus hijos,
la lucha de tus nietas
se acrecientan.
El pueblo hablará de nuevo,
se armará de primavera,
nuevamente, sobre las alamedas.

Llegaste en primavera
y me encontré con tus labios,
y al pueblo sin tierra
reclamando tu nombre.
Llegaste en primavera,
hija del pueblo trabajador
y ahora pocos te recuerdan,
República Española.
Y cuando intentaron matarte
con un golpe de estado,
de género y de clase
te defendieron con sus vidas,
con cada gota de su sangre
y con el orgullo en el asta.

Y yo ahora te recuerdo,
más que nunca y suspiro
porque sé que ese pueblo
que una vez fuiste
resurgirá sin miedo,
como en aquellos años,
estando dispuesto
a recuperar la vida,
la esperanza, los sueños,
la poesía y la justicia
y como aquel poeta del viento
volverás otra vez,
hecha de nuestras propias manos.

VIVA LA REPÚBLICA

Barcelona

GUARDADO POR CAROL AGUILERA EN PINTOREST

Mimos en las Ramblas de Barcelona  – Guardado por Carol Aguilera en Pinterest

Porque me cuesta reaccionar con versos ante la locura. Porque me asustan ciertos mimos. Porque sangro en el alma desconcierto. Porque sólo es el llanto y el silencio ante la herida que se agranda frente a la noticia. Porque no me salen las palabras frente al dolor. Porque se me paralizan los sentidos ante la maldad. Porque me siento débil ante lo perverso… Pero hay un momento , aunque no sepas cuándo… te brotan las palabras, se desborda el alma y dentro, muy dentro, se alborota en desorden la rabia al saber que los inocentes ya somos rehenes de los culpables. Y ahí comprendes que en la tragedia triunfa el amor y no hay  lugar para independencias… En ese instante, todos somos uno, y es ahora, que puedo escribir en acróstico: BARCELONA.

Bruscamente parada la vida entre las flores

Amargo es el perfume de la sangre vertida

Recojo odio en las ruedas de un furgón desbocado

Caballo enloquecido por intrigas ajenas

Encendidas de fobia matando en las aceras

Locura de un dios viejo que trastoca el sentido

O encarcela en las sombras la idea de la vida

No podrá con el miedo, tampoco con el orden

Aunque mate los sueños… ¡Nunca, la libertad!

©Julie Sopetrán

MEDITERRÁNEO

400-el-litoral

El mar; cama de muerte.

Desde dos mil catorce,
ya van más de diez mil migrantes muertos.
La tarde llora
más acá de las nubes
y yo, con ella miro hacia los lados
con la boca reseca y sin palabras.
Se apaga mi garganta
La expresión no tiene gestos.

Tan sólo pienso, siento, con la tarde
el ocaso
de los grises oscuros
en el luto del llanto.

Estoy gritando y nadie, nadie sabe
que me estoy muriendo.
Se me duermen las quejas
estoy arando surcos en el agua
para enterrar el crimen, de…
¿Quién sabe es culpable?
La tarde se va lenta
el mar llora entre mis árboles
no existen cruceros de socorro
ni tampoco hospitales
para las luces que se acaban
sobre la herida
siempre abierta de los náufragos
Me estoy ahogando en tierra
contemplando el vientre hinchado
del agua.

©Julie Sopetrán

Migración3

 

El Paraíso

No tenía más de catorce años cuando conocí a Cyrill. Deambulaba por las carreteras de Camerún en busca del Paraíso, aquel maravilloso lugar del que hablaba el reverendo en sus sermones. Hacía tantos días que recorría paisajes solitarios, que mis pies oscuros se habían vuelto blancos por el polvo del camino. No llevaba más que un hatillo con algo de agua y muy poca comida, que racionaba cuidadosamente.

—¿A dónde vas? —me preguntó cuando me lo crucé, tal vez extrañado por ver a un chico joven y sin compañía en un lugar como aquél, tan lejos y apartado de todo.

Yo me encogí de hombros. No quería decirle la verdad porque temía que se riera de mí.

—¿Vas solo?

Asentí.

—¿Y tus padres?

Mi padre nos había abandonado incluso antes de que yo naciera, y mi madre se había marchado hacía unos meses a buscar un lugar mejor para luego llevarnos al abuelo y a mí con ella. El abuelo decía que nos llevaría al Paraíso… Pero poco después de que ella se fuera el abuelo se puso muy enfermo, y como no teníamos medicinas ni un buen médico empeoró cada vez más. A pesar de todo, él no estaba triste, y el día en que cerró los ojos para no volver a abrirlos más, tenía tal expresión de felicidad y de paz, que parecía que al fin había encontrado lo que buscaba… tal vez él también había llegado al Paraíso. Pero yo no quería contarle todo esto a Cyrill, así que miré al suelo y simplemente le dije:

—Mi madre se fue en busca de un lugar donde vivir bien, y ahora quiero ir con ella.

—Vas en dirección contraria, muchacho —me contestó, y siguió caminando—. Acompáñame si quieres.

Yo le miré estupefacto, ¿sería posible que él supiera dónde se encontraba el Paraíso?

Una semana después nos subimos a un camión con más gente, que nos llevó durante varios días como si fuésemos sardinas enlatadas, y luego, tras seguir a pie unos días más, al fin llegamos. Pero aquello no era el Paraíso, era sólo una especie de campamento en el bosque. A pesar de la decepción, no me quejé, y ahí me quedé mucho tiempo, pues si algo había aprendido en aquella búsqueda era que tener paciencia era casi tan importante como no perder la esperanza.

Pero una noche, Cyrill me despertó con una sacudida, y por primera vez, en lugar de encontrar afabilidad en su mirada, lo único que vi cuando abrí los ojos fue una mezcla de miedo y euforia que me hizo sentir muy inseguro.

—¿Qué pasa? —murmuré.

—Ha llegado el momento, vamos. Intentaremos cruzar la frontera, al otro lado se vive mejor.

Me levanté lo más rápido que pude, y salimos del campamento con más gente, amparados por la oscuridad de la noche. Algunos llevaban las escaleras que nos habíamos dedicado a construir durante las últimas semanas.

—Toma, cúbrete las manos con esto.

Me dio unos trozos de tela. Yo no sabía por qué debía hacer eso, pero obedecí y no pregunté, no había tiempo para explicaciones. Lo entendí cuando llegamos a la frontera, y vi la alta valla de espino. Al otro lado se veían luces.

—Es el puerto —dijo—. Si tenemos suerte, mañana podrás pasear por ahí.

Yo lo miré con los ojos muy abiertos, lleno de ilusión. No podía creer que el Paraíso estuviera ya ahí, tan cerca. Mi madre estaría esperándome en algún lugar no muy lejano.

Nos aproximamos con cuidado y empezamos a pasar de uno en uno por cada escalera. Algunos estaban tan nerviosos que les temblaban las piernas al trepar. Pero justo cuando me tocaba a mí, alguien gritó:

—¡Corred!

Se armó gran alboroto y se oyeron disparos. Se encendieron unas luces provenientes de linternas que se acercaban cada vez más. Yo seguí subiendo apresuradamente, sin levantar la vista de mis manos. Llegué al final de la escalera, me dispuse a saltar, y… algo me golpeó en el pecho y rebotó con tal fuerza que no pude respirar durante unos instantes y perdí en equilibrio. Luego entendí que me habían disparado una bola de goma, pero en ese instante pensé que era una bala de verdad. Me dio tiempo a ver a unos cuantos policías mientras caía, pensando de que eso era todo.

No llegué a tocar el suelo, me desperté antes, justo a tiempo.

Me levanté de la cama empapado en sudor frío y me dirigí a la ventana para abrirla. Necesitaba refrescarme y tranquilizarme. Desde mi cuarto, en el último piso del edificio, se veía, a lo lejos, el puerto de Melilla, la ciudad en la que yo vivía desde que hacía ya ocho años, me habían adoptado. La casa estaba silenciosa, todos dormían. A lo mejor no había encontrado el Paraíso, pero tenía un hogar, una familia, una escuela, y no me faltaba de nada. Yo ya estaba en el otro lado, era afortunado de no tener que saltar una maldita valla.

puerto melilla

Puerto de Melilla

Andrea Nunes Martín. Paréntesis

Derrame

A glass. Foto: Ewa Urban. CC0 Public Domain.

A glass. Foto: Ewa Urban. CC0 Public Domain.

Real y soñado.
Una mezcla que se va diluyendo
en un vaso cristalino
y se va llenando.
Se va oscureciendo
si aparece
algún atisbo de las noticias europeas,
internacionales o extraterrestres.
Tienen que ser las mismas
o muy parecidas.
Equivalentes.
Condenadas equivalencias.
¿Sólo somos así nosotros?
Se escuchará caer la copa.
Se escucharán crujir cristales
de corazones rotos
y saltarán, de un lado a otro,
las vallas de cualquier país,
de cualquier casa,
de casa al puente,
del puente al aire.
No, al aire libre no. Hay que pagarlo.
El aire se paga por donde pases.
Se escuchará martillear en piedras
con fuertes minerales.
Aquellos que eran fuertes se forjan
y se insensibilizan con triples capas
impermeables y antisonoras.
Llevarán su libreta, invisible, de anotar
cosasquenomeimportan,
todo dentro de un maletín de piel,
quién sabe si será humana.
Nadie lo comprobará.
Se formarán choques de placas tectónicas
y se formarán huracanes.
Masas de aires, masas de sombras
que querrán arrancar las piedras demoledoras
que no paran de aplastar.

Gema Albornoz

Copyrighted.com Registered & Protected 3Y2T-OINY-AFEP-UGE0

http://emocionesencadenadas.com/2016/03/16/derrame/

Eurovergüenza

la recacha

Viñeta refugiados - Ferran

Ignorancia.
Miedo.
Insensibilidad.
Intolerancia.

Cinismo.
Hipocresía.
Burocracia.
Egoísmo.

Palabrería.
Desvergüenza.
Apariencia.
Bisutería.

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