207 años de independencia. ¿Cuál es el júbilo?
Estamos a unos cuantos días de iniciar con los festejos del aniversario de la independencia de México.
Nos independizamos de los colonizadores, de los reyes de España, alegando falta de libertad, malos tratos, falta de igualdad ante los nacidos en la Madre Patria y los llamados criollos; las condiciones laborales esclavizantes, la mutilación de tradiciones ancestrales y un sinfín de inconformidades más.
Ahora, dos siglos después, el festejo de independencia es solo un excelente pretexto para tomar tachas y emborracharse con tequila al ritmo de un mariachi reguetonero. Da lo mismo la crisis de todo, lo de hoy es el desmadre.
El estigma de una pseudoindependencia es manifiesta desde el momento en que los medios nos han vendido un modelo arquetípico para festejar, ese híbrido acoplado con trozos de una cultura, mutilaciones de otra y remiendos de otra más. Aquel «charro cibernético» que menciona sabiamente Rodrigo González en su rola Tiempos híbridos, como la exacta parodia del modelo europeo contra los mugrosos intentos de globalización de los países tercermundistas, perdón, de economías emergentes. Quizá no dependemos ya de la reina Isabel o del rey Fernando, pero sí estamos subyugados, a la vista de todos, por un puñado de cínicos rufianes, por emplear un eufemismo.
La triste realidad es esta: vivimos esclavizados por nuestro conveniente conformismo; de nuestro silencio e indiferencia; de nuestra total falta de interés en los temas políticos y sociales. Recibimos malos tratos de los gringos, la discriminación sigue más presente que nunca, las condiciones laborales jamás han mejorado ni a raíz de la creación de sindicatos que solo sirven para descontar una cuota cada semana del mísero ingreso del trabajador que, ahora, más que nunca, se ve vapuleado por las famosas reformas. Volteen a ver a ese sector de la población al que no le preocupa la situación actual del país, ¿ya los ubicaron?
Vemos poco a poco como se pierden los valores, el querer seguir modas y ser nice hace que nosotros mismos despreciemos nuestras tradiciones ancestrales, de las que debemos estar orgullosos por el simple hecho de que representan nuestra identidad y unas raíces antropológicas que cualquier país del mundo desearía tener en su historia. Hagamos a un lado ese falso nacionalismo que desde el preescolar nos inculcan y que casi en su totalidad está basado en ficción.
Los recursos que emplea el gobierno para festejos bien podrían ser aprovechados en otros sectores más ávidos de atención y cuidado como lo es la seguridad pública o la educación, solo por mencionar algunos de la larga lista de deficiencias. ¿Qué es lo que se festeja realmente? ¿Cuál es esa libertad que nos causa tanto júbilo? Si nuestra libertad se ve coartada por individuos en camionetas de lujo con el más sofisticado armamento, una impunidad descarada y un poder compartido con las supuestas autoridades.
Para mí, no hay nada que festejar.
La independencia de España fue hace 207 años. Ahora somos dominados y sometidos por gobernantes, funcionarios, policía, crimen organizado, etc. ¿Por qué somos tan tontos? ¿Por qué nos volvemos esclavos de unos cuantos? Nosotros somos más.
Quizás a la larga no hubiese sido tan diferente seguir siendo una colonia española, piénsenlo por un momento, hablaríamos con la «c» y los fines de semana comeríamos fabada, no está tan mal.
¡Joder!
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