El Paraíso

No tenía más de catorce años cuando conocí a Cyrill. Deambulaba por las carreteras de Camerún en busca del Paraíso, aquel maravilloso lugar del que hablaba el reverendo en sus sermones. Hacía tantos días que recorría paisajes solitarios, que mis pies oscuros se habían vuelto blancos por el polvo del camino. No llevaba más que un hatillo con algo de agua y muy poca comida, que racionaba cuidadosamente.

—¿A dónde vas? —me preguntó cuando me lo crucé, tal vez extrañado por ver a un chico joven y sin compañía en un lugar como aquél, tan lejos y apartado de todo.

Yo me encogí de hombros. No quería decirle la verdad porque temía que se riera de mí.

—¿Vas solo?

Asentí.

—¿Y tus padres?

Mi padre nos había abandonado incluso antes de que yo naciera, y mi madre se había marchado hacía unos meses a buscar un lugar mejor para luego llevarnos al abuelo y a mí con ella. El abuelo decía que nos llevaría al Paraíso… Pero poco después de que ella se fuera el abuelo se puso muy enfermo, y como no teníamos medicinas ni un buen médico empeoró cada vez más. A pesar de todo, él no estaba triste, y el día en que cerró los ojos para no volver a abrirlos más, tenía tal expresión de felicidad y de paz, que parecía que al fin había encontrado lo que buscaba… tal vez él también había llegado al Paraíso. Pero yo no quería contarle todo esto a Cyrill, así que miré al suelo y simplemente le dije:

—Mi madre se fue en busca de un lugar donde vivir bien, y ahora quiero ir con ella.

—Vas en dirección contraria, muchacho —me contestó, y siguió caminando—. Acompáñame si quieres.

Yo le miré estupefacto, ¿sería posible que él supiera dónde se encontraba el Paraíso?

Una semana después nos subimos a un camión con más gente, que nos llevó durante varios días como si fuésemos sardinas enlatadas, y luego, tras seguir a pie unos días más, al fin llegamos. Pero aquello no era el Paraíso, era sólo una especie de campamento en el bosque. A pesar de la decepción, no me quejé, y ahí me quedé mucho tiempo, pues si algo había aprendido en aquella búsqueda era que tener paciencia era casi tan importante como no perder la esperanza.

Pero una noche, Cyrill me despertó con una sacudida, y por primera vez, en lugar de encontrar afabilidad en su mirada, lo único que vi cuando abrí los ojos fue una mezcla de miedo y euforia que me hizo sentir muy inseguro.

—¿Qué pasa? —murmuré.

—Ha llegado el momento, vamos. Intentaremos cruzar la frontera, al otro lado se vive mejor.

Me levanté lo más rápido que pude, y salimos del campamento con más gente, amparados por la oscuridad de la noche. Algunos llevaban las escaleras que nos habíamos dedicado a construir durante las últimas semanas.

—Toma, cúbrete las manos con esto.

Me dio unos trozos de tela. Yo no sabía por qué debía hacer eso, pero obedecí y no pregunté, no había tiempo para explicaciones. Lo entendí cuando llegamos a la frontera, y vi la alta valla de espino. Al otro lado se veían luces.

—Es el puerto —dijo—. Si tenemos suerte, mañana podrás pasear por ahí.

Yo lo miré con los ojos muy abiertos, lleno de ilusión. No podía creer que el Paraíso estuviera ya ahí, tan cerca. Mi madre estaría esperándome en algún lugar no muy lejano.

Nos aproximamos con cuidado y empezamos a pasar de uno en uno por cada escalera. Algunos estaban tan nerviosos que les temblaban las piernas al trepar. Pero justo cuando me tocaba a mí, alguien gritó:

—¡Corred!

Se armó gran alboroto y se oyeron disparos. Se encendieron unas luces provenientes de linternas que se acercaban cada vez más. Yo seguí subiendo apresuradamente, sin levantar la vista de mis manos. Llegué al final de la escalera, me dispuse a saltar, y… algo me golpeó en el pecho y rebotó con tal fuerza que no pude respirar durante unos instantes y perdí en equilibrio. Luego entendí que me habían disparado una bola de goma, pero en ese instante pensé que era una bala de verdad. Me dio tiempo a ver a unos cuantos policías mientras caía, pensando de que eso era todo.

No llegué a tocar el suelo, me desperté antes, justo a tiempo.

Me levanté de la cama empapado en sudor frío y me dirigí a la ventana para abrirla. Necesitaba refrescarme y tranquilizarme. Desde mi cuarto, en el último piso del edificio, se veía, a lo lejos, el puerto de Melilla, la ciudad en la que yo vivía desde que hacía ya ocho años, me habían adoptado. La casa estaba silenciosa, todos dormían. A lo mejor no había encontrado el Paraíso, pero tenía un hogar, una familia, una escuela, y no me faltaba de nada. Yo ya estaba en el otro lado, era afortunado de no tener que saltar una maldita valla.

puerto melilla

Puerto de Melilla

Andrea Nunes Martín. Paréntesis

11 comentarios en “El Paraíso

  1. El Reloj Camina dijo:

    Me atrapó tu relato, tanto que lo leí dos veces porque la primera me apresuré para saber qué sucedía. La segunda lectura me empapó de emociones aún más, te felicito, precioso relato.
    Te invito a participar en mi pregunta de los viernes en la última entrada de mi blog 🙂 saludos!

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