«Si tiene que regresar a México, le vendemos su casa. J. M. Higgings, Real State and Broker», leía un letrero enorme, desgastado por el tiempo, ubicado en el cruce de las avenidas principales de Brownsville, Texas. Al lado de estas palabras, un norteamericano blanco, de cara gorda y colorada, aparecía sonriente. Era el 2019. En el pueblito fantasma cerca de la frontera entre Texas y Matamoros, solo se veían las casas sin vida de los que otrora fueron llamados «los dreamers» o soñadores.
Los soñadores fueron víctimas inocentes del sistema y de la necesidad de sus padres. Llegaron a los Estados Unidos cuando no tenían edad para opinar o decidir cuál sería su destino. No aprendieron español, pues para protegerlos preferían que hablaran el inglés, aunque en casa no los entendieran. Tenían que ser americanos en todo el sentido de la palabra. Se acostumbraron a comer en vez de tacos, hamburguesas, y a tomar Coca-Cola en vez de jugo de horchata. Nada entendían de visas, ni ciudadanías. Su patria era América.
Al terminar la secundaria chocaron con su realidad. Si querían ir a la universidad el estado no los reconocía como residentes y por su «estado migratorio» no podían solicitar ayuda económica para sufragar sus carreras. Lo único que les quedaba era trabajar, lo que tampoco era sencillo dado su falta de documentación. La mayoría de los patronos querían evitar violar las leyes, pero siempre había alguno que no le importaba si podía reventar al indocumentado por unos pocos dólares.
Joseph era un soñador que como muchos pensaron que encontrarían una forma de legalizar su estatus durante el gobierno del Presidente Obama. No contó con que habría otras prioridades para este y que el Congreso sería republicano. Jamás aprobarían la legalización de once millones de indocumentados. En un intento por rescatar al menos al grupo de soñadores, quienes gracias a su propio esfuerzo se abrían camino en la única patria que habían conocido —a fuerza de trabajo y estudio—, el mandatario firmó una orden para que estos pudieran quedarse mientras se lograba una solución definitiva. Entonces obtuvieron permisos de trabajo y les fue posible negociar mejores condiciones de empleo. Con esa pequeña puerta que se abrió, Joseph y muchos otros, compraron propiedades para alcanzar su sueño americano.
Las elecciones del 2016 fueron un golpe terrible para los soñadores. Cuando entró en la Casa Blanca el nuevo Presidente, se inició la cacería de indocumentados. De un plumazo, las órdenes que les permitían permanecer en los Estados Unidos fueron abolidas. Fueron presa fácil para los agentes de inmigración, porque el gobierno sabía dónde estaban. No tuvieron tiempo para nada. En un operativo nunca antes visto —muy parecido a los de las películas de la Alemania nazi—, barrieron las comunidades de todos aquellos que no tenían sus documentos al día.
Joseph no sabía español, no tenía familia ni conocía nadie en México y fue expulsado sumariamente de lo que hasta ese día había sido su hogar. Cursaba el último año de Pedagogía. Sin diploma y sin entender una palabra de español, terminó andando en las calles de Matamoros rogando por limosnas para poder comer y pasando frío. Mientras tanto, su casa en Brownsville había sido saqueada por los seguidores de quién haría a América grande otra vez.
melbag123
Imagen: James DeMer
Esperemos que nunca se haga realidad historias como estas, que todo quede en la imaginación de los escritores/as. 🙂
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Eso espero yo también. Que solo sea un mal sueño.
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Bienvenida a Arte y denuncia, Melba. Es un placer leer tu relato en este espacio, una amenaza muy cruda que puede hacerse realidad (aunque coincido con Antonio en desear que no). ¡Saludos!
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Yo también deseo con todo mi corazón que no suceda. Pido por eso. Un abrazo.
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Un relato triste que creo transita entre realidad y ensueño. Quizá por eso le hace más desgarrador.
Saludos.
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Estamos al borde de ese abismo. Esperando. Gracias por leer, Isabel. Un abrazo.
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Asomarse a ese abismo da vértigo y lo peor es que hay personas poderosas que empujan hacia él.
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Da terror…Gracias por leer y comentar, Isabel.
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Ojalá que no, pero recordemos que la realidad siempre supera a la ficción.
Un saludo
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Tristemente, sí.
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